Hoy contaré una historia que hacía tiempo que tenía ganas de contar pero no me atrevía a hacerlo por una especie de respeto a la Santa Muerte y sus fantasmas. Poco a poco volví a la racionalidad cartesiana típica de aquí y os lo cuento...
En agosto de 2006 llegue a Chihuahua al norte de México; es una ciudad interesante con un pasado y presente bastante violento. Entre otros sitios famosos está la casa museo de Pancho Villa que fue un personaje muy sanguinario y célebre por haber sido el único general de la historia que invadió Estados Unidos. Algunos Mexicanos se enorgullecen de este hecho pero por lo visto fue una anécdota cruel de matanzas sobre poblaciones de colonos. Tuve la oportunidad de ver la casa museo de Pancho Villa: una casa preciosa tipo colonial pero tétrica en sus entrañas porque no se podían visitar los calabozos donde torturaban a los prisioneros, pero se veían y te lo imaginabas. También salas llenas de ametralladoras y armas que usaron los insurgentes mexicanos y el coche en el iba Francisco Villa cuando lo asesinaron.
Todo esto viene a cuento para situar la época en la que se construyó la casa donde estuve viviendo durante varios meses en Chihuahua. Una casa enorme de paredes hechas con adobe, con puertas y ventanas del portón de piedra y un patio grande. La casa se caía, así como toda la zona más antigua de la ciudad, hecho que aprovechaban los propietarios de los terrenos de para construir edificios modernos y horribles que lentamente iban rompiendo toda la estética del casco antiguo: aquí una catedral preciosa, al lado un bloque de pisos con una antena horrible, más allá una casa de adobe que se cae, justo al lado de una gasolinera. Es la tónica de la ciudad.
Desde el primer día que llegue a la casa, en la que estuve viviendo cuatro meses, noté que no estaba solo. No era una sensación desagradable o perturbadora, al contrario, la casa inspiraba paz y tranqulidad, no como en la calle por donde deambulaban putos por las noches: hombres con bigote y aspecto de vaqueros que entraban en coches ajenos. Una vez me siguieron y los oí cuchichear al lado de mi puerta; a partir de ese día siempre llevé una navaja enorme en el bolsillo. Cuando me cacheó la policía me dijeron "Güey, con esto puedes matar a un cristiaano"...anécdotas miles, pero no me desvió:
Los mexicanos creen más en los muertos que los europeos, y la anterior inquilina, la hija de Pety también lo notó. En el patio había una puerta que estaba cerrada con candando y me llamó la atención desde el principio, tal vez por una planta trepadora con unas bonitas flores rosas. Mirando por un agujero en la puerta solo se veía un caos de vegetación abandonada. Los primeros meses fueron bastante tránquilos, algún ruido raro y una noche tuve un sueño terrible, uno de esos que estás seminconsciente y no te puedes mover de la cama y todo el sueño transcurre en el espacio real. Allá esos sueños lo llaman que se te cae el muerto; no os lo contaré.
Todo fue bastante tranquilo hasta que...
continuará....